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El pasado 4 de febrero entraban en vigor las nuevas tarifas de los transportes semicolectivos (conocidos como chapas) en Maputo, capital de Mozambique. Los nuevos precios suponían un incremento del 50%. Ese día, a las seis de la mañana, en los barrios periféricos los usuarios se empezaron a amotinar. Primero los pasajeros se negaron a subir a los ‘chapas’ a ese precio. Luego, aquí y allá la gente comenzó a cortar las carreteras y las calles para no dejar pasar ni ‘chapas’ ni coches. En el interior de la ciudad nadie sabía lo que estaba sucediendo todavía, era un día normal. Pero hacia las nueve de la mañana, la protesta se había extendido. La gente de los barrios, que seguía cortando el tráfico, comenzó a marchar hacia el centro. A su paso y de manera espontánea, los manifestantes, armados con palos, bloquearon las calles con ruedas de coches ardiendo y lanzaron piedras contra los vehículos que intentaban atravesar las barricadas, hasta llegar al centro de Maputo. Lo nunca visto aquí: miles de personas de los suburbios haciendo suyo el centro de la ciudad, aunque fuese sólo por un día.
58 heridos de bala
La policía nunca se había enfrentado a algo así e hizo lo que suele hacer la policía en todas partes cuando tiene miedo: disparar contra la gente. Hubo más de 170 heridos, 58 de ellos de bala y diversas fuentes elevan a seis el número de muertos. Una escuela llamada como el presidente actual, Armando Gebuza, fue atacada. Los disturbios siguieron hasta bien entrada la noche. El aeropuerto estuvo cortado todo el día y sólo se pudo entrar o salir de Maputo por mar. El Gobierno reaccionó de inmediato, y por primera vez, accedió a subsidiar el combustible de los ‘chapas’. Al final, el precio se quedó como estaba y todo volvió a la normalidad. Bueno, no todo. Los días siguientes la protesta se extendió a otras zonas de Mozambique.
La gente, siguiendo el ejemplo de Maputo, ha comenzado a protestar por el alto coste de la vida, por la pobreza, en definitiva. Mozambique es el décimo país más pobre del mundo y el salario mínimo de sus trabajadores es de 1.641 meticales (47 euros). Con 20 millones de habitantes, su población tiene una esperanza de vida de 42 años. Una rebelión como la vivida puede ser normal en Río de Janeiro, Buenos Aires o Johannesburgo, donde la sociedad civil se moviliza habitualmente para defender sus derechos, pero es nuevo en Mozambique e inusual en África. Aquí la gente suele vivir la pobreza de una manera silenciosa. En Mozambique nunca había ocurrido algo como lo del martes 4 de febrero. Nunca las mujeres de la periferia, sin agua en casa, sin casi nada para dar de comer a sus hijos, sin electricidad, sin dinero para el transporte en una ciudad llena de ‘todo terrenos’ de lujo, habían dicho “basta”. Aguantaban en silencio. Nunca antes los hombres sin trabajo, sin oportunidades, sin futuro, sin nada que hacer un día tras otro, considerados “marginales” por sus hermanos del centro de la ciudad trajeados, habían hecho ruido. Aguantaban en silencio. Y de repente un día marcharon hacia el centro de Maputo, con palos, piedras, con una indignación habitualmente contenida, esta vez, desbocada. Y mantuvieron al Gobierno en estado de shock.
Después de la marcha atrás del Gobierno, todo ha vuelto a la normalidad. Los ‘chapas’ cuestan lo mismo que antes, circulan en sus rutas habituales, la gente con traje trabaja en el centro y se desplaza en sus coches, mientras los llamados ‘margianis’ deambulan por la ciudad buscándose la vida esperando una oportunidad: un camión para descargar, un coche para empujar, un turista despistado que deja la cámara de fotos descuidada... Pero algo ha cambiado. Ahora tanto la gente como el Gobierno es consciente del poder que cientos de miles de excluidos tienen si protestan juntos. Sería deseable que el Gobierno y sus asesores del Banco Mundial hayan aprendido que ya no pueden seguir promoviendo un modelo de desarrollo que excluye a la gran mayoría de la población.
El despertar de una nueva África
Algo está cambiando en las ciudades de África. La gente oye la radio, tiene acceso a periódicos (no a comprarlos, claro, pero sí a echar un ojo a los descartados de días anteriores). Ve pasar la riqueza por delante de sus narices todos los días y muchos ya no asumen que tienen que ser pobres porque sí. El tiempo de aceptar la pobreza en silencio resignado está acabando, al menos en las grandes ciudades del continente. Hay un cierto paralelismo entre lo ocurrido el 4 de febrero en Maputo y lo sucedido hace unos meses en Kenia tras el pucherazo en las elecciones. En ambos casos, la gente se rebeló contra la prepotencia del poder. Hace años, con una subida del transporte como la anunciada este mes, en Maputo las personas que hubieran podido pagar la nueva tarifa habrían pagado y las que no, se habrían resignado a ir andando. Hace años, en Kenia la gente habría mirado hacia otro lado ante unas elecciones trucadas como las pasadas. Pero ahora no. En ambos casos las poblaciones se han levantado y les han dicho a sus gobernantes que no aguantan más.
Periódico Diagonal
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